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Psico-Delia

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Pensé en escribir algo relacionado con la Psicodelia. Le empecé a dar vueltas al asunto y enseguida me puse a jugar. Psicodelia, psicodelia, psico... delia. ¡Ahí está! ¡Yo conozco a una psicóloga que se llama Delia!
Corrí a preguntarle a ella con una sensación Código Da Vinci invadiéndome. Los años sesenta la dejaron bastante estropeada y cuando nos dispusimos a charlar en lo que alguna vez fue su consultorio, la muy delirada se acostó en el diván y me dejó el sillón del analista a mí.
"La psicodelia -empezó-, ..." y nunca terminó la oración porque se quedó dormida. Yo sabía que lo del diván podía tener sus reveses.
Siempre fantaseé con que los psicólogos de la época de oro de la psicodelia fueron los que inventaron el amor libre montados en sus divanes lujuriosos. Después estuvieron obligados a buscar una explicación medianamente aceptable para justificar lo hecho y sin despecho pregonaron haber encontrado la fuente del deseo. No la fuente del placer sino lo que genera los deseos. Placer era una palabra muy peligrosa, pero deseo... ¿quién no dijo alguna vez "que se cumplan todos tus deseos"?
Sonaba muy lindo, pero quien tenía la fuente de los deseos no era otra cosa que un candidato a la angustia. Imaginar la habilidad de generar deseos en forma infinita implica convivir con la necesidad de satisfacerlos. Pero si con uno o dos tenemos la frustración asegurada para toda la vida al no cumplirlos, ni que hablar de aquellos que poseen fábrica entera. Parecía ser la fuente de la amargura. Al igual que la dinamita, inventada con fines benéficos, que en manos del mal se transformó en maléfica.
Entonces apareció la Psico-Delia tomando forma con realidades paralelas y virtuales. ¡Pero no! Sin internet ni chats: en esa época lo virtual ¡era virtual de verdad! No era realidad virtual sino virtual realidad.
Los viajes despegaban siempre en los mismos lugares pero aterrizaban en otros diferentes que hoy en día ya ni siquiera son considerados planetas. Los psico-delios trataban de controlar la fuente de los deseos pero no daban abasto; sucumbían agotados con sus cuerpos exhaustos de tanto experimento. Y todo por un diván en teoría inocente.
Delia sobrevivió. Otros también, pero simplemente no lo saben. La máquina un día se rompió, la cinta transportadora se zafó de su lugar y miles de personas fueron expelidas a un nuevo mundo casi paralelo, a excepción del punto de choque. Ese fue el famoso cruce donde el diablo perdió la cola. ¿O fue que la metió?
Se perdió todo contacto. Al menos eso es lo que nos consta. Quizás en este momento mientras duerme en el diván con cara de inocente, Psico-Delia esté visitando a sus antiguos compañeros de correrías, con un pasaporte temporario que la va a dejar depositada delante mío como si nada hubiera pasado, dentro de un par de horas.

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Ramiro Paz