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Para optimizar al cliente

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Esto es el siglo veintiuno, lo que vendría a ser veinte más uno, es decir que pasamos los veinte y todavía estamos en una juventud de locura, vaivén de indiferencia y rebeldía. Queremos rajarnos de casa, pero nos asusta la soledad, y más nos asusta tener que pagar los impuestos, pero si hay algo que papi siempre nos inculcó es la independencia, ¡libertad e independencia! decía todas las mañanas para despertarnos de la cama. ¿Dónde está la rebeldía independiente, el libertinaje casual, el filtro para el café y la taza? Compramos café ayer pero no tenemos filtro, no importa usamos una servilleta. ¿Tenemos servilleta? Las de la abuela están un poco amarillas pero con el agua hirviendo matamos los microbios. Abrimos el tercer cajón, y encontramos las rojas que nos regaló mamá, esas están nuevas, no sirven, hay una velita de cumpleaños, yo nunca cumplí años, ¿vos cumpliste años? Nop. ¿Y entonces qué hace una velita acá¿ No sé, no importa no nos detengamos en boludeces, que el agua ya esta a punto, y el café espera que le revuelvan la cucharita. El fuego está prendido la hornalla quema de azul, la pava se empaña de vapor, las cosas nos apuran como en una calesita de colores sin música. Música, música, no tenemos pilas para música, al atardecer compraremos, debemos comprar una lista de compras, por qué hay que pensar la lista, tenemos que comprar la lista y que las cosas nos vayan eligiendo a nosotros, primero a vos, después a mí, que el paquete de fideos estire los bracitos y diga yo quiero un ser humano modelo siglo veintiuno, último modelo con celular incorporado.
Silencio, todos a callar, encontramos la servilleta sobre la heladera, la heladera está tan amarilla como la servilleta, la heladera era de mi tío que vive en Hurlingan, ¿sabías que era de mi tío? Nosotros ahorramos en comprar una heladera nueva, con esta nos arreglamos pero el problema es que nos esconde las servilletas amarillas. Mi tío no se llevaba con mi abuela, no, para nada. En la estantería tenemos guardado el café, está con la bolsa del supermercado, la redondez del supermercado. ¿te imaginas un supermercado redondo redondo, con góndolas circulares y en el centro se para uno y los productos nos estiran las manitos de polietileno multicolor, estamos llenos de manos de plástico, somos los seres con manos plastificadas en el cuerpo pegadas como etiquetas de precios altísimos y remarcados por el progreso. Agarramos la tijera china y cortamos el envase tetra paquete metálico, sale aroma a café de Colombia y un negro que toca los tambores, le echamos el agua caliente y el negro se la banca. Pero no necesito pilas, porque es cierto que tengo toda la música en el celular, tenemos toda la música en el celular, ¿no te acordás?, no, me olvido. Silencio que suenan los tambores colombianos. Suenan y bailamos mientras el líquido negro se escurre en la cafetera y gota a gota se levantan las paredes del oscuro. Che. ¿Qué? El celular. Es el celular que está sonando, una llamada, tenemos llamada.
Holaaaaaaaaa, vos quién sos, primero quién sos, decinos, decime, ¿eh?

Holaaaaaaa, no me vas a decir, mira que podríamos estar grabando esta conversación, pero solamente para optimizar la atención al cliente.

Vos sos el cliente pero decime quién sos porque sino te corto, te corto.

¿Papá? ¡Pero mi papá está muerto!

¡Ay que me quemó! Nos tiramos el agua, se nos cayó el celular en el filtro, y el agua en el celular, y celular se disolvió y ahora la música hace onditas y vibra, tenemos vibra mucha vibra y nos tragamos el café sin leche pero con edulcorante hasta que en algún momento vuelva a sonar el celular, nosotros sabemos que va a sonar pero despacito en la sangre, porque somos un ser humano ultimo modelo con celular incluido y tenemos libertad e independencia.
Sí.
Es tarde, le pasamos un trapo a la mesada y nos vamos al trabajo, no sé si es lunes o martes, miércoles jueves, quizá viernes y tenemos que limpiar la cocina, a la noche volveremos y seremos otro celular con pilas nuevas.


Leonardo A. Saravia - Argentina
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