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Las cosas que son

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Árbol de Ximena



Con el tiempo se cansó del tiempo y lo ignoró hasta que lo único prevaleciente fue el ritmo. El ritmo sincrónico de las cosas que son. Latidos, párpados, los pulmones expandiéndose y contrayéndose, caminar descalzo que no siempre significa caminar sin zapatos, y el sexo. Ese tipo de cosas. Quiso tiempo sin tiempo. Tiempo sin volvéalassiete y sin agujas segunderas pinchándole las costillas. O pinchándole el lugar de las costillas en el cerebro. O pinchándole el lugar de las costillas en el lugar del cerebro en la verdadera Fidelia. Teniendo en cuenta que el mundo es un espacio gigantezco donde caerse muerto y que realmente ya no había un tiempo que perder ni que ganar, Fidelia caminó. Derecho. No sé si a través y sobre las cosas pero definitivamente no las rodeó. Caminó con el ritmo en todas partes, todas, primero en los sombreros de los señores que pasaban y cuando se acabaron los señores lo notó en el pasto. En las serpientes el aire la tierra. Sobre todo la tierra. Por un momento tuvo el presentimiento de que quien se movía era el mundo y no ella, y entonces el movimiento le pareció un factor ajeno a todo. Hay algo que se mueve alrededor nuestro y nos hace creer que estamos moviéndonos. Después de mucho moverse o quedarse quieta, Fidelia se chocó de lleno con uno de los límites de la realidad: Mateo. Mateo y el ritmo de Mateo, que es lo mismo que decir el ritmo sicrónico de las cosas que son, y que también es lo mismo que decir Fidelia. Fidelia entonces se convirtió en una acción de Mateo, y también viceversa. Fidelia inhalaba a Mateo que al mismo tiempo estaba exhalando a Fidelia. Los dos maravillados. Asombradísimos. Se cocinaron y se comieron y se acunaron y se durmieron para siempre hasta mañana. O hasta mañana y para siempre. Bebían y se abrazaban. Para sentirse latir. Nada más. No porque no hubiera otras cosas que hacer sino porque no hacía falta más nada, y cuando no hace falta, hacer es una desubicación. Después de un no tiempo, como suele suceder en los límites de la realidad, se dieron cuenta: Mateo y Fidelia no eran. No eran humanos ni peces ni plantas. O sí eran, pero de una manera demasiado gigante. Demasiado sublime y completa. Demasiado musical y armoniosa. Demasiado la medida justa. Y entonces desapareció todo. No hubo ni peces ni humanos ni plantas. Ya no hubo ni límite ni realidad. O sí hubo. Hubo un límite intrazable que era el final convirtiéndose en principio augurando el final que se convertía en principio y hubo una realidad efervescente y liviana: La consistencia de las cosas que realmente son.



Texto por Ximena
Foto por Ximena, modificada por NosotrosLosPsicodélicos.

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